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Transhumanismo ¿El final del ser humano?Ariane EichenbergChristiane Haid El ideal del transhumanismo es el ser humano que a través de la tecnología adquiere inmortalidad, moralidad y bienestar eterno. Bajo este ideal, el ser humano está amenazado de perder su verdadera humanidad. Entravista con Ariana Eichenberg y Christiane Haid¿Qué significa el transhumanismo? Ariane Eichenberg: La palabra misma lo expresa: se trata de superar las limitaciones del ser humano en todo nivel. La ingeniería genética, la nanotecnología y la robótica son los instrumentos para optimizar el ser humano y eliminar las restricciones biológicas, superando la edad, la enfermedad y la muerte. Ray Kurzweil, ingeniero superior de Google, está trabajando para lograr la inmortalidad de los humanos mediante la tecnología. El objetivo es fusionar el ser humano y la máquina en uno, dotar a la tecnología de una especie de autoconciencia, y despertar al universo con una inteligencia artificial fantástica. Esto, según Kurzweil, sería un modo de corregir los defectos de la evolución. ¿Estos escenarios os interesan porque aquí la tecnología asume la función de la religión? Christiane Haid: Hemos trabajado durante tres años en un proyecto de investigación sobre la humanización del ser humano a través de la literatura (véase ‘Antroposofía en el Mundo' 12-2015 y 12-2016). También nos ocupamos de la historia de la idea del humanismo desde el Renacimiento. Esto nos ha llevado al transhumanismo, que se inspira en la filosofía del Renacimiento, pero de una manera retorcida. Frente a los desarrollos tecnológicos modernos, la cuestión de las cualidades que hacen que el ser humano sea humano asume una nueva actualidad dramática. ¿Por qué en nuestros tiempos la cuestión de lo humano se da de nuevo? Christiane Haid: Hasta ahora, la tecnología servía al organismo humano. Le permitió moverse más rápido y detectar nuevas dimensiones con un telescopio o un microscopio. Ahora se trata de desarrollar tecnologías capaces de reemplazar el organismo humano, con el objetivo central de la inmortalidad. Además hay que preguntar por el sentido de ideas que, sin tener ningún fondo espiritual, pretenden crear un mundo supuestamente más humano. Sin embargo, se trata de un mundo que es puramente terrenal, un constructo del pensamiento puramente tecnológico, que crea, como Rudolf Steiner describe, un nuevo mundo, una especie de nuevo Saturno o reino puramente ahrimánico, que no tiene que ver con la evolución tal como ha transcurrido hasta ahora. Resumiendo, los humanos alcanzaremos a través de la tecnología un nuevo nivel de moralidad e incluso de espiritualidad. ¿Cómo se debe entender eso? Ariane Eichenberg: Por ejemplo en el sentido que estamos conectados a una red en la que cada pensamiento que tenemos se convierte en realidad instantánea. O que, mediante intervenciones farmacológicas, estamos optimizados de modo que no realizaremos actos moralmente censurables, etc. Esta capacitación se obtiene sin ningún esfuerzo y voluntad propia, sin ningún desarrollo interno propio. Ya sean gafas o automóviles, la tecnología aumenta nuestras capacidades, ¿pero a qué precio? Christiane Haid: La autorealización tal como lo presenta el transhumanismo siempre es egoísta. Se trata de cubrir mejor las necesidades del individuo. La otra persona, es decir la dimensión social, queda fuera de consideración. En un contexto más amplio, los logros culturales, como el arte y la religión desde la perspectiva de los transhumanistas también son superfluos e ilusorios. El transhumanismo se enorgullece de superar los límites, pero en realidad los pone… Christiane Haid: Sí, la autorrealización ilimitada excluye cualquier contexto superior. El arte se caracteriza esencialmente por el mundo nocturno y un tú invisible e inspirador. La religión abre al hombre un espacio en cuyo centro está la devoción reverencial hacia un ser superior y divino, y el sacrificio de los propios deseos. Aquí el ser humano se entrega a un poder superior que no está a su inmediato alcance y a cuyas leyes tiene que amoldarse. En el cristianismo, la humanización sucede a través de una conexión íntima con Cristo y su camino de sufrimiento. El destino y la muerte son acontecimientos de la vida en los que el hombre madura al superar sus propios límites y se desarrolla interiormente. Esto es contrario a los objetivos del transhumanismo. Porque aquí la muerte no se entiende como transición sino como algo que es un error que hay que erradicar, al igual que hay que erradicar toda casualidad, porque solo un mundo de previsibilidad completa es un mundo de autorrealización ilimitada. Este es el sueño de Ahriman, el mundo como un mecanismo y sin espacio para la casualidad. Ariane Eichenberg: Es una fantasía de omnipotencia, de poder sobre la felicidad y el bienestar de toda la humanidad, administrada por unos pocos mega-servidores. El libro ‘Humanidad 2.0. La singularidad se aproxima' de Ray Kurzweil culmina en la afirmación de que se trata' de ‘tener todo el universo en tus manos'. Esto muestra la arrogancia, pero sobre todo una de las contradicciones de este modo de pensar. Porque tener algo en tus manos en el fondo es un gesto profundamente humano. Christiane Haid: En un ordenador se pueden almacenar las experiencias de millones de personas. Sin embargo la tarea esencialmente humana se basa en la capacidad de conectar estos conocimientos con la intuición del futuro para crear algo nuevo. Vale la pena considerar los pensamientos de Rudolf Steiner que nos dicen que la cultura humana se desarrolla tal que siempre hay algo nuevo que es impredecible y no puede ser entendido a partir de lo viejo. Aquí llegamos a la cuestión de la imagen del ser humano y al motivo real de nuestro congreso. Nadie cuestiona que la inteligencia artificial conquistará nuestras vidas cotidianas, como hizo el automóvil hace 100 años. El desafío es tomar los pasos éticos y sociales para dominar esta tecnología y para que no nos domine ella a nosotros. Ariane Eichenberg: La velocidad con la que se desarrollan la tecnología digital y la nanotecnología es un desafío enorme para el desarrollo ético. Ya sea en el diagnóstico prenatal o el trasplante de órganos, el aprendizaje asistido por computadora o la nutrición con proteínas artificiales: en todos estos campos lo técnicamente posible conduce a más y más cuestiones fronterizas difíciles de resolver. Notamos que carecemos de los fundamentos éticos y espirituales para responder adecuadamente. En el fondo no se trata de resignarse, contrarrestar estos desarrollos o de oponerse a ellos; de lo que se trata es desarrollar otras cualidades. Christiane Haid: Las tecnologías modernas nos liberan de muchos trabajos y dependencias. Esto nos da más libertad. La cuestión es si usamos esta libertad para actividades espirituales, sociales y culturales, como por ejemplo mediante la lectura y la actividad de crear contextos e imágenes coherentes, o nos volvemos pasivos y perezosos. Una cuestión de la que los representantes del transhumanismo no se ocupan. Cuando la conexión con el mundo se realiza completamente mediante los dispositivos técnicos, el Yo pierde su campo de acción, solo puede experimentarse a sí mismo a través de sus sentidos. Hay que ver cómo la ideología del transhumanismo se cumple en sus productos: en ellos, el Yo no tiene espacio. No obstante, este escenario inquietante es una forma de tomar conciencia de la acción humana, es decir, una oportunidad de despertar al Yo y darse cuenta de que somos nosotros quienes estamos produciendo esas cosas. El desarrollo tecnológico no cae del cielo, somos nosotros los que contribuimos en él. Hans Ammann, director teatral de Solothurn, acuñó la frase de que cada persona moderna se enfrenta a la amenaza de la auto-abolición del Yo. ¿Dónde en concreto actuamos en contra de nosotros mismos? Christiane Haid: Comienza con cosas aparentemente poco significativas: Por ejemplo cuando alguien dice ‘Estoy a la vuelta de la esquina', refiriéndose a su coche allí aparcado. O todas las ‘metáforas' técnicas absurdas: ‘hay que cambiar de chip' o ‘ya lo tengo almacenado (en el cerebro)'. Las fronteras se difunden, y hablamos con una conciencia soñolienta. El despertar comienza donde pasamos del uso técnico instintivo al uso consciente, por ejemplo apartando conscientemente la mirada del smartphone. La soberanía frente a la tecnología ciertamente puede comenzar con estas pequeñas cosas de la vida cotidiana. Christiane Haid (Dr. phil.) Es directora de la Sección de Bellas Artes, y directora de la editorial ‘Verlag am Goetheanum', Dornach, Suiza. Ariane Eichenberg (Dr. phil.) ocupa una cátedra en las Universidades de Hamburgo y Stuttgart (Alemania). Colaboradora de la Sección de Bellas Artes, Goetheanum, Suiza. Este artículo ha sido tomado de Antroposofía en el Mundo, número 9, septiembre 2018
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